. Historias desde el otro lado

Texto: Michael McGrath ·profesor del Dpto. de Inglés

 

 

 

 

 

Después de muchos años oyendo el euskara y chapurreándolo, decidí hace unos meses que ya era hora de que me pusiera las pilas y dedicara algo de mi tiempo a aprender esta lengua. Nunca había recibido clases (bueno, estuve en un cursillo de 20 horas de conversación (¿?) para post principiantes (la profesora sí hablaba por los codos y hacía unos collages preciosos en la pizarra). Mi intención era apuntarme en un euskaltegi de Pamplona/Iruñea… No había estado en una clase de idiomas como alumno desde mis tiempos de universitario en Londres. ¿Cómo sería ser alumno? ¿Cómo sería la experiencia al otro lado del aula? En este número y los siguientes os voy a contar mis peripecias como alumno de euskara, a lo mejor, os podéis identificar con alguna situación…

La prueba de nivel

Según la información que había conseguido, la prueba era a las 16.30. Yo suponía, no sé porqué, que quería decir a partir de las 16.30 y que podía pasar por allí cuando quería, hacer la prueba, volver a casa y esperar la llamada. Pues, no. Me indicaron el aula de la prueba y me metí. Había tanto silencio que se podía oír el vuelo de una mosca. Se me acercó un profesor, muy majo, por cierto, que empezaba a explicarme cómo funcionaba la prueba. No paraba de hablar. No me acuerdo de su cara porque me fijaba únicamente en su boca. Las instrucciones parecían más largas que un discurso de Fidel Castro. Yo contestaba "bai" (sí) cada tres segundos mientras pensaba "Oye, tío. Ten piedad. Haré la prueba pero no me atosigues." Al abrir el cuadernillo, me encontré de repente en una jungla tropical en blanco y negro habitada por aves raras en forma de "tx", "zk", "ts", "tz" "dik" que volaban de rama en rama con tanta velocidad que me entró un mareo. Me sentía como el mismísimo Charles Darwin dándome cuenta de que (¡La leche!) tenía que clasificar todo este lío.
La primera parte consistía en indicar la frase correcta de entre cuatro. Bueno, todas parecían correctas. La verdad es que nunca había tenido la oportunidad de elegir. O sabía cómo decir algo o no lo sabía. Y al reflexionar un poquito más, me parecían todas incorrectas. ¡Qué sádicos son los profesores! ¡Madre mía, ¡qué retorcidos! De lo único que estaba seguro era que en una pregunta había un error pero pensaba que sería muy presuntuoso por mi parte corregir un fallo en una prueba de nivel preparada por hablantes nativos. Acabé la quiniela lingüística para pasar a la prueba de comprensión de lectura y expresión escrita. Ésta me pedía 80 palabras para una carta basada en un texto que acababa de leer. Aquí hice una Bilbainada. ¿Ochenta palabras? Eso no es nada. Escribí 130. Eso sí, con montón de tachones y más flechas que el mejor Western de John Wayne luchando contra los apaches. Acabé muy contento y me puse a mirar a las otras personas allí presentes. Había de todo. El empollón, el pasota, el nervioso, la que tiene al menos 84 parientes euskaldunes. De estas personas, seguramente habría algunos que no tenía ni idea pero había otras que sabrían más que yo. Me estaba preguntando cuándo acabaría la prueba cuando vi, por primera vez, la frase "prueba oral." ¿Eh? Tenía que preparar un monólogo sobre mis últimas vacaciones y luego la persona que me estaba evaluando me haría algunas preguntas. Me puse, rápidamente, a preparar un mapa conceptual sobre mi viaje a Nueva York. Realmente me sorprendían mis recursos lingüísticos en euskara. Tenía todo controlado. Me llamaron y entré en el despacho de la pobre irakasle que tenía que aguantar los destrozos que iba a cometer en su lengua: (la conversación tuvo lugar en euskara. Para las personas que todavía no entendéis euskara, la pongo en castellano). Bueno. ¿Cómo te llamas? Michael. Eres extranjero, ¿no? ¿De dónde eres? "Soy inglés". "Bueno cuéntame el porqué viniste a Pamplona. "¿No quieres que te cuente mis últimas vacaciones en Nueva York?" No. Tu historia sería más interesante… (Quizá, estaba a tiempo para apuntarme a capoeira, a un curso de plantas medicinales o de restauración de muebles antiguos…)
Las primeras clases

Al final, acabé acudiendo a las clases del grupo XL (XL porque hay montón de alumnos y alumnas) en la EOIP. El profesor tuve el detalle de dejarme asistir cuando yo podía. El primer día entré en el aula como Pedro por su casa y empezaba a organizar las sillas y mesas como si fuera el profesor titular. Me senté, entró el profe y empecé a hacer esquemas sobre aspectos como la interacción, instrucciones, organización del aula y me di cuenta de que no sabía decir "todos los jueves" en euskara y pensé que a lo mejor sería mejor seguir la clase y aprender algo.

"Vamos a escuchar una canción" anunció el profesor. "¡Qué bien!" pensaba. A mí, me encanta cantar: en la ducha, cuando corro por ahí, cuando no hay nadie en casa (mejor dicho, en todo el edificio). "Aquí tenéis la letra pero con huecos que quiero que llenéis con la palabra que oís" añadió. ¡Llenar los huecos! ¡Ni hablar! ¿Por qué no podemos leerlo sin más y luego cantarlo tod@s? Estaba claro que jamás había hecho este tipo de ejercicio en la vida. Siguiendo el ejemplo de mis colegas, me puse a escuchar. Estaba contento con lo que estaba haciendo. Me resultaba bastante fácil coger las palabras hasta que miré de reojo a la hoja de mi compañera N. y me di cuenta que yo estaba llenando frases que todavía no se habían cantado. ¡Vaya cura de humildad!...

"Vamos a leer la historia", dijo el profesor. Empezó a leer la alumna más cerca de él y ví que, a continuación, seguía la persona a su derecha y luego la siguiente a su derecha. Rápidamente, calculaba qué frases me tocarían a mí a leer y las empezaba a preparar con antelación sin escuchar a los demás. ¿Y si el profesor cambiara de táctica y, de repente, me pidiera que leyera? Estaría en un serio apuro. Pero seguía fiel a su plan. Cuanto más cerca estaba mi momento de gloria más palpitaba mi corazón. ¡Qué sensación más rara! ¡Ponerme nervioso sólo por leer en público!...

"Vamos a repasar la tarea de casa". ¿Eh? ¿Qué tarea? Vaya corte. Le van a pillar a un profesor que no hace la tarea. Por suerte, mi compañera I., una alumna muy aplicada y trabajadora, había hecho la tarea con una letra clara, exquisita y, sobre todo, grande que aproveché para lucir mis conocimientos en voz alta cuando me tocó a mí dar la respuesta."...

Bueno, esto de ser alumno se está convirtiendo en una experiencia muy interesante. Al leer esta aportación a la revista, me he quedado con la impresión de que he contado cosas negativas y, por si acaso, habéis quedado con la misma impresión, he de decir que me siento afortunado con el grupo con que me ha tocado aprender. Es un placer estar entre personas tan motivadas y tan majas; ¡cómo se ayudan entre si y cómo demuestran claramente sus ganas de aprender y pasarlo bien!

Por cierto, todavía no he hecho la tarea para mañana. Son las 11.40 de la noche. Así que, hasta pronto//gero arte.