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.La competencia cultural |
Texto:
Yolanda López
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"Allí donde fueres haz lo que vieres" Que hablar un idioma no es sólo hablar la lengua es algo sabido. Como bien decía Dell Hymes cuando discutía con Chomsky, no basta con saber frases sino que hay que saber utilizarlas. El Marco Europeo, al amparo de esa teoría, asegura que la capacidad para comunicar o, competencia comunicativa, no es estrictamente lingüística; saber la lengua es una cosa y usarla otra. Así, al conocimiento de la lengua propiamente dicho, el Marco incorpora, por ejemplo, la competencia sociolingüística que no es otra que la capacidad para identificar y utilizar la lengua más apropiada a cada situación. En general, la competencia sociolingüística hace referencia al conocimiento de las diferencias de registro o de acento geográfico, a las expresiones idiomáticas y, en particular, al conjunto de ritos fijados por la herencia social que hay que conocer para no herir la susceptibilidad de nuestro interlocutor. En toda interacción los hablantes establecen un contrato tácito con unas reglas de educación que respetar. El que lo incumple se arriesga a recibir un rebufo que le cierre el pico y acabe con sus maniobras de acercamiento. Cuando yo, en clase de francés, intento que mis alumnos se traten de usted, a riesgo de parecer cursi, es porque quiero evitarles la torta verbal que les atizará el aborigen abordado cuando sienta que se le falta al respeto. Ahora bien, aunque las reglas varían de una cultura a otra, el ritual de la interacción verbal es relativamente fácil de aprender. Donde las cosas se complican es cuando nos enfrentamos a los enunciados implícitos en términos de Ducrot. Entre los indígenas hay toda una serie de alusiones compartidas, de informaciones sobreentendidas, que no necesitan explicación porque son vox populi, y que les hacen cómplices en el non-dit. Es lo que el Marco Europeo llama saber cultural. Cuando en tiempos de Mitterrand, leíamos en la prensa "Tonton, tiens bon", al periodista no se le ocurría explicitar quién era el tal "tonton", todo el mundo lo sabía. Cuando veo en un queso camembert de un supermercado francés la efigie de Henry IV, me quedo perpleja y me pregunto qué interés puede tener este caballero con gola al cuello como reclamo publicitario, a menos que sepa, como cualquier francés medio, que aquel buen rey tolerante y campechano antepuso el bienestar de sus súbditos a la guerra cruenta entre religiones y prometió que ninguno de sus vasallos pasaría hambre, que habría "poule au pot" para todos. Para un francés, Henry IV encarna la buena mesa. Todos estos datos históricos, geográficos, artísticos y literarios conforman lo que podríamos llamar la cultura histórica. Se trata de los lugares de memoria de una nación, de la cultura del ciudadano educado. Pero existe otra cultura llamada antropológica que está hecha de los hábitos cotidianos: la familia, el colegio, el trabajo, los bancos, el Internet, el ocio, la salud, la vivienda, los vecinos, las visitas, las bodas, los divorcios, la justicia, la políticae En suma la organización del día a día, la gestión de la vida de cada cual y sus relaciones con los demás miembros de la comunidad y con las instituciones. Todos estos datos los comparten los hablantes de una nación y en pragmática los llaman el universo de conocimientos. En cuanto al tratamiento de la cultura, no cabe duda de que los métodos de idiomas han cambiado como del día a la noche. Recordemos que hasta la llegada de los métodos audio-orales la gente estudiaba idiomas a base de traducir textos y de leer escritos. Estudiar una lengua extranjera era tener acceso a la cultura con mayúsculas, al pensamiento y al arte, a la cultura histórica en suma. Las aspiraciones del aprendiz eran elevadas, ajenas al prosaico interés mercantil de nuestros días. Además, para aprender a hablar ya estaban las nannies, los tutores nativos o los viajes Con la llegada del casete y del magnetófono la cosa cambió. Los americanos, tras la II guerra mundial se dieron cuenta de que para colonizar el mundo, sus tropas especializadas tenían que saber alemán o japonés por ejemplo, para hablarlo no para leerlo. Por primera vez se tenían en cuenta las destrezas orales por encima de todo y la fonética en particular. Ahora bien, en cuanto a la cultura, el interés era escaso. ¿Os acordáis de la Catherine del método audiovisual de francés del colegio? Se trataba de una familia medio-alta: ingeniero, ama de casa y dos hijos que hablaban un francés pulcro y estándar y vivían en un París pulcro y estándar. Más tarde, el enfoque comunicativo de los ochenta dio una importancia clave al componente cultural de la competencia comunicativa y en especial a la cultura antropológica. Así, se introdujeron los aspectos sociolingüísticos, se dio cabida a otros registros y no sólo al formal, al lenguaje no verbal, y aparecieron abundantes capítulos de civilización: familia, escuela, trabajo, ocio Sin embargo, la prioridad absoluta del enfoque intercultural la ha defendido el Consejo de Europa en los últimos veinte años como única manera de integrar a los hijos de la inmigración y de preparar al europeo del mañana. Todas las culturas son iguales en dignidad, el intercambio enriquece, lo importante es establecer conexiones entre ambas formas de ver el mundo, lugares de paso. La cultura es un conjunto de prácticas comunes, de maneras de ver, de pensar y de hacer de una sociedad determinada. El mundo global me exige desarrollar esa capacidad de descentración, de actitud positiva hacia la alteridad. Para una gestión óptima del intercambio comercial, los socios se deben respeto mutuo que sólo vendrá del conocimiento del otro a partir de mi propio conocimiento. Saber quién soy y donde estoy para poder compartir: ni fusión ni olvido sino intercambio y enriquecimiento. Por otro lado y esto no es más que la otra cara de una misma moneda, frente a la internacionalización creciente observamos una valoración cada vez más positiva de lo peculiar; el terruño, lo castizo, los usos y costumbres únicos, el aroma particular de la gente que lo habita. Los expertos en desarrollo sostenible y en turismo de calidad saben que el futuro está ahí: frente a la impersonalidad de los grandes hoteles de cualquier playa, el cliente de calidad busca lo específico, el detalle curioso. Y eso los franceses, grandes expertos en marketing, que han conseguido que toda la jet americana beba tinto y coma queso con glamour, lo saben como nadie. Peculiaridad pero con una actitud de respeto hacia el otro. La destreza intercultural de la que habla el Marco. Y volviendo a los idiomas que es lo que nos ocupa llegamos aquí a la parte más controvertida. El universo de conocimientos del que hablábamos al referirnos a la cultura histórica y antropológica, libresca y cotidiana, es más o menos accesible para todos. El saber cultural no se construye en un día. Los nativos, por el hecho de vivir y educarse en su país nos llevan años de ventaja. Aún así, se trata de datos que aparecen en los libros, hay un censo y poco a poco podemos acceder a ellos. Ahora bien, existe otra cuestión aún más compleja, el universo de creencias. Con ese término se denomina al conjunto de juicios de valor, de certezas compartidas por toda la sociedad que no se refieren a hechos observables sino a apreciaciones más o menos subjetivas que circulan por ahí, que tuvieron quizá su razón de ser un día y que se convierten con el tiempo en verdades como puños, en puntos de encuentro de toda la comunidad. Lo bueno, lo malo, lo deseable, lo bello, lo reprobable, lo risible son siempre verdades subjetivas. Lo que más cuesta en un idioma es pillar la ironía porque si nos lo explican el chiste pierde la gracia. Si ignoro, por ejemplo, que para el francés medio el ideal es tener su propia casa con jardín y tranquilidad no entenderé el tono de enternecida conmiseración de su "Ah bon!" cuando le dices que vives en un 6º piso. Tampoco entenderé el reproche subyacente de la aserción, a priori inofensiva, de mi antipática vecina: "On voit bien que les enfants sont les rois en Espagne!", si desconozco la sobrevaloración de que goza el silencio en Francia. Tomemos un ejemplo más literario. Madame Bovary asiste a una fiesta mundana y se da cuenta de que "plusieurs dames n´avaient pas mis leurs gants dans leur verre". Este hecho aparentemente inocente es vital para el desarrollo de la novela. En el universo de creencias pequeñoburgués de Emma las damas bien que se precien de ello deben poner el guante en la copa para indicar que no beberán alcohol. No ponerlo es un escándalo. Nuestra pequeña esposa de médico rural acaba de recibir una gran sacudida. El guante en el vaso es la prueba palpable de que existen otros mundos ajenos al aburrimiento de su existencia encorsetada. A partir de ahí, Mme Bovary se lanzará sin freno a buscar la pasión con el resultado trágico que todos conocemos. Esta frase necesita, pues, una nota del traductor, porque el lector actual, con un universo de creencias totalmente distinto, corre el riesgo de perderse el punto de inflexión de la novela de Flaubert. Pues sí, querámoslo o no, las sociedades comparten sistemas de valores que además son inestables y cambian con el tiempo. Existen las ideas preconcebidas, los prejuicios y los tópicos; cada pueblo en cada época tiene las suyas. Tomemos los tópicos nacionales, por ejemplo, el hombre, desbordado por la complejidad polifacética del comportamiento humano, necesita reducir la variedad a categorías. Como si de un entomólogo se tratara: los coleópteros por un lado, los lepidópteros por otro. Nos sentimos más cómodos catalogando naciones enteras con etiquetas generalizadoras y reduccionistas, origen tantas veces de actitudes xenófobas. Pero no todo es malo en el cliché, detrás de la afirmación gratuita siempre hay algo de verdad o la hubo en otro tiempo. Nosotros, en clase, hemos decidido explotar el estereotipo y servirnos del tópico para mejorar nuestra competencia intercultural. Siempre con el loable objetivo de hacernos más sabios y tolerantes. Sin la pretensión de emular a Lévi-Strauss ni a Eco hemos cogido el cazamariposas y nos hemos puesto a hacer un poco de etnología junto con otro poco de semiótica. En fin, todo muy de andar por casa. Y hemos decidido empezar por la moda, que curiosamente era el primer tema de nuestro manual del alumno. Así, hemos hablado tantísimo sobre los sistemas de signos utilizados para marcar la pertenencia a las distintas clases sociales, generacionales o intelectuales. Con nuestro análisis pormenorizado podríamos disfrazarnos, sin temor a ser descubiertos, de pijos o de BCBG en su versión francesa, de post-hippies, de bobos branchés o intelectuales pijos o de cualquiera de las tribus urbanas que circulan por ahí: raperos, surferos y otras marcas. En general hemos observado, no sin cierta nostalgia, que los usos vestimentarios se asemejan entre nuestros dos países. Parece que era ayer cuando mi correspondiente francesa me decía con desdén que en España no sabíamos ni que era un Levis (vaquero, claro). Y es que hace veinte años todo aquel que podía permitírselo se los compraba en Saint-Jean-de-Luz. En sólo veinte años hemos pasado de ser los más ringard de la planête a iconos de la moda y padres del prêt-à-porter de calidad aunque sea made in China. En Francia, Zara y Mango son chic y según la rumorología popular las españolas, hasta hace tan poco desterradas al banco de las horteras, ocupan hoy un lugar de privilegio entre las elegantes. áPues mira tú que bien! Y ¿que hay de la proverbial distinción francesa? Parece que ya no es aquello de la corte del Rey Sol marcando tendencias urbi et orbi aunque, hoy como entonces, siguen ocupándose de la alta costura para la élite y otras heroínas del papel couché. Con todo, el que tuvo retuvo y creemos que hay como un estilillo, un charme hecho de libertad y encanto. Todavía resuenan los ecos de la bohemia intelectual parisina del siglo XX. Además, está la singular femineidad y delgadez de las francesas, grandes consumidoras de lencería y cosméticos por otra parte. En términos de presupuesto pensamos que probablemente los españoles gasten más en moda y alabamos el estilo familia Decathlon, ecologista y cómodo, que prevalece entre los turistas galos que nos visitan y que contrasta con el look algo endomingado de nuestros jubilados patrios. En el artículo "Paris c´est chic?" Encontraréis algunas de nuestras opiniones. Aunque el tema parezca frívolo quiero recordar que nuestro interés es puramente etnológico, semiótico y lingüístico. En fin, bromas aparte, nos anima el deseo de conocernos y conocer sabiendo que para entendernos con los aborígenes del idioma no basta con saber su sistema lengua. Por eso pronto volveremos con otros tópicos y curiosidades. Quizá incluso hagamos un estudio panlingüístico (átoma barbarismo!). ¿Quién se atreve? |
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.Paris, c´est chic? |
Copié
- collé: Yolanda López
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Chez nous on a longtemps pensé que les enfants et le glamour venaient de Paris. Mais le Français moyen serait-t-il à la hauteur du cliché ? Notre brigade anti-stéréotype du Niveau Intermédiaire se lance à la recherche. Javier Enériz
Mikel Galdeano
Roberto Martínez
Teresa Marín
Andrea Amichis
Mayte Colomo
Laura Calvo
Maite Alzueta Ana Echeverría
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