Yolanda.
.López, nueva profesora de francés

 

Texto: Vox Populi...

 

Yolanda López nació en Pamplona hace 36 años. Después de sacar las oposiciones con un indiscutible primer puesto, es el primer año en nuestra escuela de idiomas de esta joven, pero experimentada profesora de francés. Lleva ya algunos años en la enseñanza de idiomas, de francés con adolescentes y de inglés con niños de tres a ocho años. Le damos la bienvenida a la Escuela y le deseamos mucho éxito en su trabajo.

 

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¿Cuándo y cómo aprendiste francés?

En mis tiempos todo el mundo estudiaba francés en el colegio así que no tuve mucha opción. Entonces aprendíamos de memoria los diálogos de una tal Catherine y sus papas que vivían felices en París, aunque bien hubieran podido vivir en Katmandú porque representaban el prototipo de familia de postal, decente y global. Aún así me gustaba cuando en clase apagábamos la luz y empezábamos a recitar todos a una al ritmo de las diapositivas. Sin embargo, lo que realmente me marcó fueron los intercambios: desde los once años comencé a tener “francesas” por casa y fue allí realmente donde empezaron a sorprenderme y a cautivarme las diferencias entre nuestros dos países, tan cerca y tan lejos. Me fascina observar hasta qué punto el hecho de nacer en un sitio, lo que vives y mamas desde niño te condiciona a la hora de decidir lo que es bueno, bello, justo y agradable o, por el contrario, malo, feo, molesto y reprobable.

 

¿Por qué hablan tan bajito y piden perdón mientras te empujan? ¿Por qué en un país tan individualista implantan las 35 horas o triunfan las manifestaciones antiglobalización? ¿Por qué te miran con cara de lástima cuando dices que vives en un sexto piso? La especie humana a escala regional, la semiótica de lo cotidiano, eso es lo que me gusta.

¿Sólo del francés?

Aprender una lengua a un nivel si no de lengua materna al menos de lengua de adopción lleva mucho tiempo pero también estudié inglés, of course, por gusto y para compensar las pocas salidas profesionales del francés aunque con menos éxito, debo confesar. Saqué aptitud en la escuela, fui chica au-pair, dependienta y squatter; aún así conocí a pocos ingleses de Inglaterra y me relacioné con demasiados galos e iberos, craso error de juventud. Con todo, el inglés, lengua maravillosa, me dio la oportunidad de sacar las oposiciones de maestra de inglés y trabajar con niños de tres a ocho años que es una de las experiencias más bonitas que he tenido, un poco fatigosa eso sí.

¿O sea que aprender idiomas no es coser y cantar?

Aprender un idioma es un viaje fascinante que compensa con creces todo el esfuerzo que exige. Aprender una lengua es un placer para todos los amantes del estímulo intelectual, para los de ciencias y para los de letras. Cuando empiezas a estudiarlas te conviertes en un detective, siempre buscando indicios, signos que te lleven a desentrañar el sentido oculto tras las palabras. La lengua es un sistema de fórmulas algebraicas perfecto, todo se puede reducir a unidades más pequeñas, a reglas más simples. Decimos lo mismo con las mismas palabras y sin embargo cada uno de los actos de comunicación es irrepetible, complejo con miles de variantes, miles de contextos, intenciones, gestos, tonos, matices y, sobre todo, malentendidos. Es curioso que un sistema de comunicación permita que lo que se calla diga más que lo que se dice, que el silencio sea más elocuente que las palabras. Si esto nos ocurre con nuestra propia lengua, imagina lo que pasa con otra lengua que habla de cosas que ignoramos, cuyos hablantes por el hecho de haberse criado juntos comparten una información que no necesitan hacer explícita, que se sobreentiende y que nos vemos obligados a deducir a base de interpretar pistas.

¿Defiendes, por tanto que la única manera de aprender un idioma es irse al país para observar en directo cómo utilizan la lengua los nativos?

Al contrario, a nuestra edad las clases son imprescindibles. Aprender de los nativos es una apasionante labor etnográfica, que podríamos hacer a pelo. Tirarnos a la piscina y darnos un buen baño lingüístico. A simple vista parece lo mejor pero los adultos estamos poco dotados para las inmersiones. Tantos años de costumbres, la oreja se acomoda, y, lo que es peor, nos sentimos anulados cuando ni entendemos ni nos entienden, se nos quitan las ganas de ir hacia el otro. Necesitamos un buen entrenamiento antes de enfrentarnos a un imput tan rico que nos frustre y acompleje para siempre. Y para eso tenemos al profesor, para simplificar, para fabricarnos una gramática a la medida de nuestras necesidades: una gramática sencilla pero segura que nos permita poner lógica en el caos. Los adultos hemos perdido la espontaneidad del niño, su capacidad de absorción, su instinto nato para comunicar sin preocuparse demasiado por la forma, por el contrario, poseemos una superioridad cognitiva que nos permite aprender más y más rápido de manera consciente y razonada. El profesor debe aprovechar estos recursos para facilitar el aprendizaje, retroceder y avanzar, una y otra vez por la espiral del conocimiento.

Así que los profesores juegan un papel importante?

Pues sí, pero no se trata de desentrañar solo los aspectos relacionados con el sistema lengua: léxico, fonética, morfología y sintaxis sino sobre todo aquellos derivados del uso comunicativo en un contexto determinado: marcas de jerarquía social, usos de cortesía, registros, expresión de la sabiduría popular, implícitos culturales. El profesor es un mediador intercultural. Eso le obliga a estar en contacto permanente con el país de la lengua que enseña, lo cual para mí es un placer, y así ha de serlo, porque esa emoción que sientes por tu lengua adoptiva has de transmitirla a los alumnos, para alimentar el imaginario, la atmósfera de ensueño que envuelve a nuestro objeto de estudio y que lo convierte en un tesoro preciado digno del esfuerzo que le consagramos. Hay un poco de marketing en esto de enseñar idiomas. Los adultos son un público que acude “voluntariamente”; en el caso del inglés el aguijón motivacional tiene un corte más económico, el interés práctico es inmediato, el francés necesita seducir, provocar un coup de foudre, prometer un paraíso sensual, refinado y chic. Yo reivindico la poesía y la pasión para el francés que para algo inventaron el amour fou.

Los defensores a ultranza del “communicative approach” se estarán haciendo cruces porque aún no has mencionado que el profesor está ahí para enseñar al alumno a hacer cosas con la lengua y que a hacer se aprende haciendo.

Por supuesto, las tareas de aprendizaje han de tener un carácter práctico, de utilidad inmediata. Para retomar el objetivo fundador del Consejo de Europa, los ciudadanos europeos deberían aprender al menos dos lenguas extranjeras para poder desenvolverse con naturalidad en esos países, desarrollar sin apuros todas las actividades que un actor social de nuestra era necesita para vivir y fomentar así la movilidad de bienes y personas dentro del marco de la Unión. Esto, dicho sea de paso, los de la lengua de Voltaire lo tenemos más difícil que los de inglés porque los redactores de manuales galos pecan de un vicio cultural muy francés que es su falta de sentido práctico y su gusto por la teorización y los placeres mentales (o pajas si se me permite la grosería) el placer de las finezas del espíritu. Y, sin embargo, el profesor está ahí para animar happenings comunicativos o, dicho más claro, para crear situaciones en las que las demandas lingüísticas formales y funcionales estén bien calculadas y la necesidad de intercambiar información sea suficiente como para incitar a los alumnos a practicar en la medida de sus posibilidades.

Sin embargo, los profesores no son imprescindibles, uno bien puede aprender por su cuenta.

Desde luego, y de hecho gran parte del camino hacia el conocimiento reposa sobre el trabajo personal pero también ahí el profesor se convierte en un asesor privilegiado. Se supone que no solo somos expertos en lengua sino también en aprendizaje y que debemos ayudar a nuestros alumnos a poner en marcha estrategias dirigidas a aprovechar al máximo sus recursos y facilitarles la tarea. La famosa ley del ejercicio y el esfuerzo de los conductistas sigue de plena actualidad: el aprendizaje de idiomas es en gran medida repetición y automatización de respuestas aunque sea dentro de un contexto comunicativo y con sentido así que no queda más remedio que hincar los codos y trabajar. En clase, hay poco tiempo para practicar sin prisas, el programa es demasiado extenso y le toca al alumno, como adulto responsable que es, hacerse cargo de su propio aprendizaje a su ritmo y estilo.

Y por último ¿qué te parece el tema de la biblioteca?

Muy triste, acabo de llegar y aún no estoy muy al corriente pero me parece un escándalo que no la hayan previsto hace tiempo. Yo, personalmente, quiero una biblioteca, grande, moderna, silenciosa, donde se puedan tocar los libros y trabajar a placer; una biblioteca especializada en enseñanza-aprendizaje de lenguas extranjeras y en la cultura con mayúsculas de los países de origen de esas lenguas. Me imagino una biblioteca tipo la de la universidad pública ( me conformo con algo menos) pero en el corazón de la ciudad, que abra también los fines de semana y a la que acceda a todo el mundo aunque se restrinja el servicio de préstamo. Creo que tendría muchísimo éxito, la gente vendría a la escuela y amortizaría el viaje aprovechando el tiempo para trabajar por su cuenta. Desde aquí me sumo a la lucha, desgraciadamente no se me ocurren muchas ideas prácticas, muy francés por otra parte, pero espero que a los del dinero les entre el sentido común ya.