. Los viajes lingüísticos

   
Texto: Yolanda López

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El viajero lingüístico es un lobo solitario, un Juan sin miedo. Con las únicas armas de su sonrisa y un bolígrafo, sale alegre y confiado a la caza de incautos a quien dar la chapa.

El viajero lingüístico no se separa de su i-pod, lee las etiquetas en el súper y espía las conversaciones de la mesa de al lado.

El viajero lingüístico es generoso, amable, cosmopolita, locuaz, optimista y simpático. Su lado gris lo deja en casa, sólo viaja con lo mejor de sí mismo.

El viajero lingüístico, iluminado por el fuego de las palabras, irradia amor por donde va. Casanova seductor busca rollos de verano.

El viajero lingüístico es un plasta encantador.
Buen viaje, viajero, aprende mucho y, sobre todo, pásalo bien.

Hablar sobre los beneficios de los viajes lingüísticos resulta obvio. Llegados a cierto nivel de dominio, las clases no bastan; para progresar debidamente es necesario multiplicar las experiencias con el idioma. El aula es sólo un simulador de vuelo. Alonso antes de coger el bólido y salir al circuito sigue un entrenamiento superexigente en el simulador de Ferrari. Nosotros, no somos Alonso pero simular, simulamos un rato. A lo tonto acumulamos horas y horas de práctica de vuelo. Eso sí, te sales del circuito y no pasa nada, es virtual.
¿Cuándo debe un piloto saltar a la pista? ¿Cuál es el mejor momento para sacar el mayor partido a nuestro tiempo, esfuerzo físico y mental, y, por qué no, a nuestro dinero?
Los expertos recomiendan no soltarse de la corchera hasta que uno no tenga el nivel suficiente para sobrevivir sin ahogarse. Y no sólo sobrevivir. Hay un estadio en el que parece que ya flotamos pero nuestro nivel es aún demasiado bajo para aprovechar al cien por cien. La rentabilidad es escasa, los resultados no justifican el esfuerzo. La distancia entre lo que escuchamos y lo que somos capaces de entender es tan grande que ese desfase nos permite aprender muy poco. Con lo que sabemos vamos paliando niveles de opacidad pero la penumbra es tan densa… Aunque se encienden destellos no vemos el conjunto.

También en términos de shock es duro ir sin entender nada. Un chapuzón precoz te puede dejar marcado para siempre, con una sensación de ridículo y desamparo difíciles de superar. En clase nos preparan para la inmersión, escuchamos grabaciones, si no reales al menos realistas, quizás no auténticas pero sí material que suene a verdadero. El marco define tres bandas, A, B y C, según lo que uno es capaz de hacer en L2. El A2 es el llamado nivel para viajar. Sirve para llevar a término transacciones sencillas, reservar hotel, coger el metro, comer …. A veces comer es complicadísimo, igual que pedir una cerveza en un pub. Hay niveles de desesperación en los que la globalización, los Mcdonalds o los Kentucky Fried Chiken son una bendición.
El B1 es el del spagueti language, como spagueti western, pelis del Oeste pero cutres. La lengua cutre te permite sobrevivir con autonomía. Uno tiene ya recursos para salir airoso de situaciones imprevistas. Al B2 hay quien lo define como el nivel en el que el profesor puede tomarse una cerveza con un alumno sin que este acto, aparentemente banal, se convierta en una pesadilla. Es un nivel legible y rico como para poder hacer algún chiste con nativos.

Si hablamos de lengua, un adulto cuyo objetivo sea mejorar su fluidez en L2, no debería ir al país quizás, antes de tener un B1; puede ir antes pero sabiendo lo que le espera. A un niño no le pasa nada. Muchos se quedan mudos, el llamado silent period, tienen un tiempo de afasia hasta que colocan en su lugar el nuevo código. Pero las necesidades comunicativas de la infancia son muy básicas y bien concretas y sobre todo no se van a acordar del mal trago. Los adolescentes lo pasan mal pero lo superan. Llevan ventaja: sus congéneres extranjeros tendrán más paciencia, más tiempo para dedicarles, una actitud más curiosa y más lúdica ante los extraños.

 

Viajar es ser infiel
Entre adultos, el problema es encontrar alguien que tenga la disponibilidad, la amabilidad o la curiosidad de dedicarnos su tiempo. Los adultos nos colocamos en posición de inferioridad mental. Un lenguaje rudimentario nos impide realizar tareas cognitivas a la altura intelectual a la que nos tenemos acostumbrados y eso nos intimida porque gran parte de nuestra estima o de nuestros encantos están en nuestra conversación y en nuestro sentido del humor.
Nuestro discurso es parte de nuestro atractivo y sin él nos sentimos desnudos. Al principio, uno tiene la autoestima por los suelos, entiendes que hablar te cuesta un triunfo y que si fueras inglés jamás te dignarías a hablar con alguien como tú. ¡Qué pereza! Sin embargo el viajero lingüístico está ahí para hablar, su obligación es encontrar gente dispuesta: "Viajar es ser infiel, olvida a tus amigos con cualquier desconocido"
Al final, descubres que la gente es más amable y paciente de lo que esperabas. Si eres un adulto maduro y solo, con un poco de miedo para aventurarte con cara de colgado por los pubs y otras zonas de ocio adulto, recuerda que los mejores interlocutores y con más tiempo disponible son los jubilados. A los jubilados les encanta hablar, hablar y que les escuchen. ¡Dices tú de mili!
Otro truco para hacer amigos es ofrecerse a hacer una paella o una tortilla de patata, a la gente le gusta mucho. ¡Cuidado con los detalles! No olvidéis que no vale cualquier arroz y que necesitaréis aceite de oliva, una paellera o una tapa para dar la vuelta a la tortilla. Si tienes todos los ingredientes, el truco es barato y eficaz. No olvidéis que no se trata de hacer amigos íntimos sino desconocidos íntimos.

El viajero solitario
"Viaja antes quien viaja solo" Kipling
El viaje lingüístico es un trabajo que se hace en soledad. Uno no se lleva a la cuadri. Excepto los adolescentes, financiados por papá, que suelen viajar en manada.
A primera vista, el viaje en grupo no parece muy rentable en términos de aprendizaje de lengua. Sin embargo, no se puede decir que esas visitas en comandita sean del todo improductivas, un gasto inútil.
Por un lado, no hay que despreciar la capacidad de los adolescentes y jóvenes para hacer nuevos amigos, quizás no autóctonos pero sí estudiantes de esa lengua. Entre ellos van a establecer una interlengua, no la real pero sí una versión simplificada – spagueti o lengua cutre –más accesible. Al menos van a practicar aunque sea en cutre-lengua.
Otro cantar es que: con un curso, un año, una vez, no basta. La experiencia habrá de repetirse año tras año, verano tras verano para que el resultado sea aceptable. Eso acaba siendo mucho dinero y quizás esa labor que se hace cada año, poco a poco, pudiera recorrerse en menos tiempo si el alumno estuviera más maduro, dispuesto y atento a lo que vale un peine: más consciente de que el objetivo del viaje lingüístico es aprender lengua y no tanto correrse unas juergas. La vida es juerga, que decía Calderón. O, de jóvenes es disfrutar, que aún me recomienda mi abuela.

La distancia cultural
Y aún así merece la pena que los adolescentes vayan al país aunque sólo sea por esquivar a sus padres. "Viajar es aprender de golpe, con la distancia, lo que el tiempo sólo te da poco a poco".
Hay una razón muy potente para justificar la excursión, la capacidad para comunicar en una L2, capacidad comunicativa, no está hecha sólo de competencia lingüística, también está la competencia cultural.
Los usos y costumbres son una parte importante del conocimiento cultural que no viene en los libros y, aunque venga, uno no cree hasta que no ve. Aquí, en nuestro país, cuando llegas a una casa hay que hacerse de rogar un poquito antes de aceptar una cerveza, un tentempié; en Francia no aceptarla es de mala educación. Aquí si nada más llegar a una casa vas al frigo a cogerte una cola, diremos ¡qué cara! En Nueva Zelanda será síntoma de que eres un tipo laid back, un tío cool; te descalzas, te repantingas y te pones a gusto para señalar que aceptas la hospitalidad del anfitrión. ¡Ver para creer! Esta información está aún por contrastar, New Zealand está tan lejos.
A los adolescentes, alojarse en una familia autóctona, les revela el concepto de "distancia cultural". Despertar la conciencia de que pertenecemos a un grupo cultural donde ciertos comportamientos están bien aceptados, las cosas son así y así deben de ser porque hay un convenio para que así sea, pero que si nos mudamos a otra comunidad cultural habrá usos y costumbres distintos que van a ser fuente de malentendidos y equívocos, no podemos dar nada por hecho, hay que estar alerta a la diferencia cultural, porque sin darnos cuenta podemos resultar molestos o maleducados.
Pues, como digo, en términos de contenido cultural no hay nada como la inmersión en un núcleo familiar aborigen. Cada familia tiene su propia idiosincrasia, son únicos e irrepetibles, pero en un grado mayor o menor va a participar de los códigos de la cultura en la que está inserta.
En mis tiempos hacíamos intercambios. Hoy en día, intercambios, se organizan pocos, sobre todo, porque los angloparlantes están cero interesados en que sus hijos aprendan otras lenguas, además ¡para qué van a hacer gratis lo que pueden hacer cobrando! El turismo lingüístico les reporta pingües beneficios.¡Ellos se lo pierden! "El que no sale nunca de su tierra está lleno de prejuicios", dijo el sabio.
Aunque te alojes en una familia que "pase de ti", para la que sólo seas un estudiante más, un dinerillo a fin de mes, la experiencia será enriquecedora. ¡Además las apariencias engañan!

La Landlady loca
Resulta divertido cotejar la primera impresión que uno se hace de la familia de acogida. Recuerdo un curso en Londres, la landlady era una mujer estupenda, cincuentona vestida de quinceañera muy prieta. El día en que llegué había party en casa, me recibió embutida en un vestido de licra, con las morcillitas y el pelo rubio platino sueltos hasta la cintura y un gintonic en la mano. La primera impresión fue de desmadre total.
Resultó que la descocada era en realidad una cocinera exquisita que nos regalaba cada mañana con un desayuno digno de la Michelin: cubertería de plata, cristalería fina y unos pasteles recién horneados que daba gusto olerlos. Tenía escritos dos libros de royal icing cake, el arte de hacer tartas de pisos; había participado en el pastel de boda de Diana de Gales y los sábados por la mañana daba clases en casa, con toca de chef incluida, sobre cómo hacer encajes, blondas, puntillas y figuritas de colores con clara de huevo, merengue, azucar y mucho arte.
Para el viajero lingüístico, la cultura es tan importante como la lengua. Y sólo hemos hablado de la cultura de los usos y costumbres, que es quizás es el eslabón menos sofisticado. Tenemos también la cultura con mayúsculas: la historia, geografía, literatura, arte, arquitectura... Nuestro conocimiento cultural se va espesando, su grado de densidad aumenta con el tiempo; como el buen vino, gana con los años.
A mayor grado de densidad, más cosas y cada vez más sutiles podremos descodificar. Sin la cultura de la actualidad, por ejemplo, no podemos descifrar los programas de la tele, chistes, alusiones, titulares, humoristas, parodias, imitaciones, los Guiñoles de Canal plus…, la Granja de los famosos… Imaginaos un programa como el de Buenafuente o el Intermedio, Esperancita Aguirre, la Jesulina, Miguel Bosé…, no entenderíamos ni la mitad, no porque hablen en chino sino porque no sabemos de quién hablan.
"M. Talonnetti contre-attaque.", leo en el periódico.
¿Quién es Talonnetti? ¿Por qué le dibujan como si fuese Napoleón? En Francia, todo el mundo sabe que el talón de Aquiles del pequeño Nicolás I, pequeño pero matón, es su tacón o mejor aún, la talonera que disimula en su zapato. En Internet circula una foto junto a Bush subido a un taburete, otra de puntillas junto a la Merkel y Carlita, la princesa de fresa, siempre va con bailarinas. La talla política de un hombre no es proporcional a su estatura pero Nicolás el Terrible lo lleva mal.
Si leemos la siguiente cita: "Esta gentuza la limpio yo con el Karcher" ¿Sabemos de qué habla? ¿Quién es la gentuza? ¿Qué es un karcher? Resulta que es la frase con la que Sarko se cubrió de gloria cuando intentó acabar, a golpe de CRS, con los disturbios de los barrios marginales del norte de Paris, donde andaban quemando coches en protesta por la precariedad del empleo joven y otras menudencias. La gentuza eran los jóvenes, descendientes de la emigración, carne de cañón de los guetto-suburbios, y el karcher, como cualquier francés sabe perfectamente, es el nombre de pila de la pistola de agua a presión con la que el ciudadano galo medio limpia cada año la fachada encalada de su unifamiliar.
Otro ejemplo más banal, más people. Johnny Halliday, el roquero incombustible, es el paradigma de vieja gloria que se toma en serio lo de ser el rey del rock y habla de sí mismo en tercera persona como Louis XIV le Roi Soleil. "Johnny es el rey del rock, Johnny es el rock-and-roll. Oh Yeahhhh!". Johnny es el equivalente francés de Rafael, salvando las distancias.
BB es el acrónimo de Brigitte Bardot. ¿Puede alguien entender como el icono de la revolución hippie, símbolo de la rebeldía antiburguesa, del haz el amor y no la guerra y del sous les pavés la mer, de mayo del 68, se ha podido convertir en semejante espantajo? BB es el triste arquetipo de los estragos de la edad: bellezón convertido en vejestorio que lo mismo protege a las focas y otros animalitos como defiende la limpieza étnica y la France pour les Français de Le Pen.

El rayo que no cesa
El aprendizaje que no acaba. Necesitas mucha pasión para aprender un idioma. Una lengua es un juego de referencias, millones de referencias, es inagotable, no se acaba nunca. Con esto como en todo, en cuanto dejas de avanzar retrocedes, incluso un francés de pura cepa que se pasara 10 años fuera del país, a la vuelta tendría problemas para pillar a la primera lo que dice su sobrino de 12 años, el lenguaje joven, el verlan, los anglicismos que vienen y van… Lo que hoy es actual, mañana suena ya a carca.
La conclusión amigos es que el viaje lingüístico siempre merece la pena, aunque hay que currárselo para sacarle partido. Hay quien habla fenomenal sin salir de su casa, internet y las parabólicas ayudan pero no es lo mismo. No todo el mundo está a favor de viajar, claro que no. En la historia ha habido de todo, para algunos el viaje es la panacea, el secreto de la sabiduría y la tolerancia, "Nada desarrolla la inteligencia como los viajes", dijo Zola. Aunque hay sabios menos entusiastas: Proust rara vez se aventuró más allá de la puerta de su casa: "Me gusta viajar cuando leo" decía muy cauto. Y Groucho Marx tenía su propio dilema: "Los viajes forman a los jóvenes pero desgastan los zapatos".